*Mediten, lectores, en eso que los mexicanos escuchan todas las mañanas desde el púlpito de la regeneración nacional, para que nos demos cabal cuenta de lo que implican las últimas decisiones del Poder Ejecutivo. Luego no digan que no sabían
Gregorio Ortega Molina
El alma o la razón humana -usted elige, lector- está llena de recovecos, pero quizá la más difícil de conocer es la de los que anhelan el poder, lo obtienen y se esfuerzan, desde el primer momento y para satisfacer su concupiscencia por la subordinación de todos los demás, en conservarlo. Es preciso puntualizar que unos llegan por accidente, sólo unos cuantos por tesón.
La política y el poder son el mejor muestrario de lo que quienes mandan son capaces de hacer. Lo comprendí pronto, con la lectura que durante el segundo lustro de los años sesenta hice del ensayo Política y crimen, de Hans Magnus Enzensberger, y durante 1974 de El recurso del método, de Alejo Carpentier. Después, ya en mis primeros 20 años, el estudio de la novela de la Revolución, señaladamente Martín Luis Guzmán y Mariano Azuela, y las memorias de José Vasconcelos, me ofrecieron un muestrario de lo que son las veleidades del poder entre los políticos mexicanos que se lo disputan y lo administran.
¿Estamos preparados los mexicanos de hoy, para lo que actualmente vivimos y lo que nos espera para el futuro inmediato, mostrado en el desdén por CONAPRED? No le den vueltas, AMLO abrió sus cartas sin rubor alguno. Ha caminado todos los pasos con la lentitud suficiente como para que no podamos llamarnos a engaño.
De la misma manera que Sauron embelesó a los otros señores al obsequiarles un anillo, pero sujetos al poder de esa gema única que él se hizo con otro fuego y el purísimo metal de la soberbia, así el presidente de México ha ido venciendo todas las resistencias de los otros poderes, salvo la de la naturaleza y la de la delincuencia organizada.
En la época previa a la Revolución francesa, durante el Renacimiento y la era de los señores feudales, los asuntos de poder se transigían con la divinidad. Quienes mandaban eran elegidos por los dioses, como lo aprendieron de la Biblia y de la tradición. La relación entre el clero y los poderes terrenales data de cuando los profetas guiaron a los reyes, los jueces y esos conquistadores israelitas que nunca se tentaron el corazón para diezmar a sus enemigos.
Imposible eludir la reflexión de María Zambrano, plasmada en Persona y democracia: “La historia ha sido representación trágica, pues sólo bajo máscara el crimen puede ser ejecutado. El crimen ritual que la historia justifica. El hombre que no mata en su vida privada, es capaz de hacerlo por razón de Estado, por una guerra, por una revolución, sin sentirse ni creerse criminal. Es, sin duda, un misterio no esclarecido, pero nos pone en la pista de esclarecerlo el sorprender este carácter hecha hasta ahora, salvo en raros momentos -especies de claros en esta tormenta perenne- a modo de una representación en la que algunos embriagados juegan un papel semidivino”.
Mediten, lectores, en eso que los mexicanos escuchan todas las mañanas desde el púlpito de la regeneración nacional, para que nos demos cabal cuenta de lo que implican las últimas decisiones del Poder Ejecutivo. Luego no digan que no sabían.
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