* Ayer escribimos acerca de los mitos políticos, pero con estos genízaros, el señor López Obrador dista mucho de construir el suyo
Gregorio Ortega Molina
El diputado Alfonso Ramírez Cuellar es fiel a la imagen que de él impuso, cuando acató la orden de entrar a caballo al recinto de san Lázaro, la palmadita en el hombro recibida lo gratificó. Desde entonces hacia acá todo ha sido miel sobre hojuelas para sus limitadas capacidades culturales y políticas.
El aserto anterior no es gratuito. Lo conozco, he conversado con él, pero no somos amigos. Yo lo escucho con comedimiento, él con aburrimiento. Yo aprendo, el que fuera barzón de barzones cree saberlo todo.
Vive en la certeza de su absoluta pureza moral. Cuento la anécdota porque lo pinta de cuerpo entero. Al publicar Grijalbo Crimen de Estado, su autor fue de inmediato denostado y descalificado como conocedor de las interioridades en que se gestó el asesinato de Manuel Buendía y la manera en que se fundó la narcopolítica.
En su ingenuidad, ese autor convocó a Ramírez Cuellar a un desayuno en el hotel María Isabel, le llevó un ejemplar dedicado del libro, y le solicitó -siempre en la creencia de su honestidad y rectitud política- que lo leyera, con la intención de que, si le parecía interesante y digno, lo avalara entre sus correligionarios y ante la prensa. La respuesta fue automática.
– ¿Quieres que ponga mi prestigio al servicio de tu libro?
-De eso se trata, de otra manera no estaríamos conversando. Necesito que me apoyes, porque el texto es bueno, y porque pagaré caro el haber atrevido a publicarlo, puntualizó el autor.
-No… mi prestigio vale más que tu novela, cerró la conversación Ramírez Cuellar, se levantó y se fue.
Como no había retribución política posible, el hoy diputado con licencia, nada hizo para promover una novela que vale la pena. Pero en su ambición por figurar, y su necesidad de atender a la voz de su amo, dispuesto y como el jibarito de la canción, dejó la Comisión de Presupuesto y Cuenta Pública, lugar desde el cual, si tuviera afán de servir a la sociedad, hubiera brillado más que desde la presidencia interina del movimiento de AMLO.
Pero para las pretensiones que tiene su patroncito, no le vio la habilidad necesaria para promover y conseguir una reforma constitucional que le diera manejo discrecional a una buena tajada del presupuesto de egresos, y por ello se fue a Morena, desde donde saca, por instrucciones superiores, la peregrina idea de distraer al cotarro de la sociedad y las redes sociales, con la pretensión de contar la riqueza desde el seno de los hogares. Puede darse por satisfecho, cumplió las instrucciones que le giraron, y ya le dieron su palmadita en la espalda.
Después, apenas el jueves último, y en acatamiento a lo que le indican, se atrevió a sostener que la austeridad ya pesa. Luego su tlatoani lo regañó, pues para eso Ramírez Cuéllar abrió la boca, y así dar una imagen de independencia que no existe.
Ayer escribimos acerca de los mitos políticos, pero con estos genízaros, el señor López Obrador dista mucho de construir el suyo.
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