*Sólo le pido que recuerde lo que solicitó al México bueno y sabio en algún momento de su campaña de 2012: reciban todo lo que les dan, pero no voten por ellos. Quizá se la apliquen para el 2021. Los muertos hablan por ellos mismos
Gregorio Ortega Molina
En lo que la disputa por el poder ha convertido a México es grave, pero no es nuevo. Son los instrumentos y la velocidad los que potencian las terribles consecuencias que ya empezamos a pagar: redes sociales y tiempo real.
Recuerdo con absoluta claridad día, lugar y momento en que Manuel Buendía me obsequió Psicología del rumor, de G. W. Allport y Leo Postman. Años después, y con su actitud didáctica de siempre, Javier Wimer puso en mis manos Los mitos políticos, de Manuel García-Pelayo. Debí regresar a las páginas de ambas obras, para precisar la percepción sobre la persona y la acción del señor López Obrador.
Está lejos de construir un Camelot como el que Pierre Salinger creó para el imaginario colectivo estadounidense, con la ayuda de las figuras de Jackie y John Kennedy.
Supongo que ni siquiera le pasa por la cabeza la posibilidad de los paseos por las anchas alamedas que añoraba Salvador Allende, cuyo mito se construyó en un único acto decisivo y definitorio en el Palacio de La Moneda, después de despedirse por radio y suicidarse.
¿Cómo establecer alguna analogía con Charles de Gaulle, cuya trascendencia mítica se construyó sobre la amistad y complicidad intelectual establecida con André Malraux? ¿Elenita? ¡Vamos, no manchen!
Enrico Berlinguer construyó su imagen sobre una utopía ideológica, un proyecto político que nunca incluyó la compra de conciencias a través de supuestos programas sociales. El eurocomunismo pudo haber sido una realidad, pero fue más una amenaza.
La lista de nombres para establecer analogías es pequeña, quizá demasiado. Y si entramos al mundo de la ficción, todavía se angosta más, empezando porque Nacajuca no es Macondo. Quizá resulta más convincente y atractivo buscarle por el lado de El recurso del método, esa impactante obra de Alejo Carpentier, donde describe la otra vertiente de los mitos políticos e históricos, los que se construyen sobre los cadáveres de los gobernados.
Ir más lejos en el tiempo es innecesario, porque los mundos son distintos y las reglas del juego totalmente diferentes, pues hoy están incididas por los resultados casi inmediatos de la revolución cibernética: tiempo real y redes sociales anónimas, convertidas en armas de crédito y honradez o de descalificación y escarnio. En ese mundo no se perdonan ni los viejos compromisos ni las amistades de años, pregunten a Carmen Aristegui, a la que harían polvo antes de concederle la razón.
Resulta que el predicador que dice gobernar y se dirige a su grey desde el Salón de la Tesorería casi todas las mañanas, es no equiparable, es único, y su destino histórico todavía resulta incierto; no porque considere que todavía hay tiempo para rectificar, porque no lo hará, sino porque los resultados de su constante prédica por el momento no nos conducen a la regeneración nacional, pero sí nos colocan en el vórtice del caos social y económico.
Sólo le pido que recuerde lo que solicitó al México bueno y sabio en algún momento de su campaña de 2012: reciban todo lo que les dan, pero no voten por ellos. Quizá se la apliquen para el 2021. Los muertos hablan por ellos mismos.
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