Francisco Medina
CIUDAD DE MÉXICO, 18 de noviembre (AlmomentoMX).- Además de las obras de Azuela y Guzmán, la literatura de Mauricio Magdaleno también recrea el ambiente revolucionario. Entre sus novelas está “El Resplandor”, cuyo tema es la historia vulgar de todos los políticos cuya preocupación principal, al iniciarse en esta carrera, es ayudar a los demás; una vez que alcanzan el poder, se olvidan de sus promesas, considerando que la caridad empieza en ellos mismos, olvidándose de las necesidades del pueblo que los ayudó a elevarse.
Magdaleno describe al México de entonces y sin saberlo, involuntariamente también al actual: la acción se centra en dos pueblos de México, como hay tantos: uno de tierras resquebrajadas y paupérrimas, y otro cercano al que ya se ha descrito, en el que se desarrollan los políticos.
De Mauricio Magdaleno “en su obra apreciamos un gran realismo realzado por la riqueza del idioma que emplea. La descripción de los paisajes es tan vívida que no podemos dudar de que es un gran observador”.
En este vaivén de las letras y el poder, también participó el escritor Mauricio Magdaleno. El cual viviendo en la capital del país y ante las constantes revueltas militares por el poder político se va a un exilio. El entonces Secretario de Educación Pública, Narciso Bassols, lo convence de que se vaya de la capital e inicie su carrera literaria:
Le sugirió el pueblecillo del Mexe, en pleno Valle del Mezquital, cerca de Ixmiquilpan, Hidalgo. Ahí pasó Mauricio varios meses, en chozas humildes, rumiando sobre el pasado y presente de México, observando a los grupos indígenas, contemplando sus áridos eriales, los secos cauces de sus arroyos inmemoriales.
Así va naciendo ante los ojos observadores y el deslizamiento de la pluma la novela, “El Resplandor”. Aparece en 1937, cuando los sueños cardenistas recorren los caminos del país para distribuir la tierra y buscar la redención de las clases explotadas y del indígena.
“El Resplandor”, se sumerge en las aguas más profundas de la historia mexicana para narrarnos una historia muy larga —cronológicamente— de una de las zonas más pobres y olvidadas del país: la zona del Valle del Mezquital.
Zona que con la Revolución Mexicana encontrará un amplio espacio de investigación y búsqueda de soluciones con las políticas agraristas, indigenistas, educativas y las misiones culturales por tratar de revertir el peso de la historia y el olvido.
En Ixmiquilpan se lleva a cabo en 1935 el Primer Congreso Regional Indigenista, con la misma presencia del presidente “tata” Lázaro Cárdenas y el trabajo intersecretarial de distintos organismos públicos para buscar soluciones a sus problemas de pobreza.
En este ambiente de programas y propuestas revolucionarias, la novela de Mauricio Magdaleno, “El Resplandor”, marchara por los caminos tanto de la novela de la Revolución como de la novela indigenista. Propuestas literarias, ambas por denunciar la explotación ancestral a la que han sido sometidos los indios en su historia y en su región.
El Resplandor cotidiano
Novela inserta en una larga tradición de denuncia social sobre las antiquísimas diferencias sociales, económicas, políticas y culturales que se han mantenido en el tejido de la historia mexicana. Como ha sido apuntado en algún otro texto al respecto:
Mauricio Magdaleno logró en esta obra la excelente radiografía de una geografía llena de dolor y miseria. Además de hacer una extraordinaria descripción de paisaje y la psicología de los personajes, tanto individual como colectivamente.
“El Resplandor” es la historia de una larga marcha de explotaciones que sufre el pueblo a lo largo de varios siglos que cruzan las etapas de la historia patria: prehispánica, colonial e independiente. Es una historia de esperanza. Es la búsqueda de la chispa que alumbre el camino de los indígenas y les permita generar mejores condiciones de vida.
Es la historia del hijo pródigo, que sale del pueblo para instruirse, para convertirse en persona de razón, sin perder sus raíces y su historia, pero que al final, repite la historia del cacicazgo: de la violencia, del despojo y el crimen como forma para mantener un mundo inalterado en su geografía y su composición social.
Novela de agonía social, de descomposición, de esperanza y traición, tal vez sea la única novela que nos registre con un alto grado de calidad literaria y un paisaje de larga duración en las letras mexicanas.
Es la tierra de la desesperanza, de la espera eterna, como lo menciona un personaje, en un acto de desesperación: “¡Padrecito, llevamos toda la vida esperando, y nada!
La historia de los indios y su ancestral sufrir en las comunidades agrarias de ese México rural que vio en la Revolución la posibilidad de acabar con tanta pobreza e injusticia. Son los años de las misiones culturales. De la lucha por implantar la educación rural como símbolo de una identidad nacional imaginaria que todavía no se consolidaba como tal.
De ese trajinar permanente en la vida cotidiana: el trabajo en el campo, en la cocina, en la búsqueda incesante del agua para sembrar sus tierras, la educación como solución a sus problemas como comunidad e individuos: “Ese es todo el problema: ¡escuelas y más escuelas! ¡Donde entra la luz del pensamiento no existen las sombras de la injusticia”.
La comunidad y sus campos de experimentación, la existencia de cooperativas para buscar el progreso y mejoramiento de las poblaciones indígenas. La Revolución es la esperanza, es lo que se espera del futuro: “Y la revolución, ¡que diablo!, no es el pillaje ni la rapiña. La revolución es … es una especie de … ¡ya…, hombres, la revolución, es el progreso¡”.
El grito revolucionario retumba por todas partes, el indio no sabe qué hacer en el remolino de los discursos y los intereses revolucionarios. La Revolución se echa a cuestas el costal de las promesas y de las buenas intenciones, dice, propone, promete: “Vamos a incorporar al indio a la civilización. Yo construiré la escuela para San Felipe y San Andrés”.
Es regresar otra vez a la relación con el otro, en buscar conocer al otro a través de mi mirada, como lo establece la filósofa Martha Nussbaum: “En relación con las obras literarias hablamos de la compasión y la misericordia, del papel de las emociones en el juicio público, de lo que está implícito al imaginar la situación de alguien que es diferente de nosotros”.
“El Resplandor”, en su constante fijación por el otro sigue manteniendo una mirada de exclusión y desaprobación de los valores del indígena. El peso de la religión, el alcoholismo y su sumisión permanente hacen de ellos seres que no entienden el progreso y la necesidad de civilizarse.
“El Resplandor” es una excelente novela para adentrarnos al mundo rural de los indígenas. Lo más impresionante es como logra el autor describirnos siglos de venganzas, odios y sangre.
La vida cotidiana que se recrea en el repetir y en el fluir de esa repetición hacen de esta novela puerta espléndida para entrar a nuestro México presente, profundo, a eso que llama el propio Magdaleno “el río imaginario de las almas”; donde todos navegamos en busca de nuestra identidad y nuestra historia.
El dolor permanente de esas heridas que no hemos podido cicatrizar y que hacen de nuestra vida un constante grito de dolor y desolación. La historia sigue su marcha por esos caminos del origen y final de un pueblo.
AM.MX/fm
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