Francisco Medina
CIUDAD DE MÉXICO, 9 de octubre (AlmomentoMX).- “Aprendimos a quererte desde la histórica altura donde el sol de tu bravura le puso cerco a la muerte. Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia, comandante ‘Che’ Guevara”. Así cantaba el cantautor cubano Carlos Puebla a quien acompañó al que fue su eterno presidente.
Lideró, junto a Fidel Castro, la revolución cubana; había nacido en Argentina y fue ejecutado en Bolivia. Ernesto Guevara, más conocido como el ‘Che’, es todo un referente de la revolución, principalmente en América Latina pero también en el resto del mundo, y su imagen se ha convertido, pese a que probablemente no le habría agradado en vida, en un auténtico icono pop. El 9 de octubre de 1967, hace hoy 52 años, el Ejército de Bolivia puso fin a su vida.
“Saluden a papá”, dijo quien iba a quitarle la vida. Ni iban a saludar ni papá estaba en la sala. En la escuela de La Higuera (Pucará, Bolivia) ‘saludar’ significaba ejecutar y ‘papá’ era Ramón, el nombre en clave del ‘Che’ Guevara.”Yo valgo más para ustedes vivo que muerto”: fue una de sus últimas frases. Hasta casi cinco décadas después de la ejecución, no se confirmó el nombre de quien disparó al revolucionario, nacido en Rosario: se trataba de Mario Terán Salazar, un exsoldado retirado que reconoció al diario español ‘El Mundo’ que había sido él quien ejecutó la orden para dar muerte a Ernesto Guevara. Pero la orden venía de arriba, por supuesto.
Y Mario Terán no fue el único responsable de su ejecución. Fueron muchos. Gary Prado, capitán de la compañía del Ejército de Bolivia, fue quien rodeó al ‘Che’ y a sus últimos guerrilleros. “Había orden de matar”, dijo, el ahora ya retirado. El mismo general culpa a Fidel Castro de la ejecución del argentino-cubano: “Después de tantos años lo que se ha desentrañado es que al final al ‘Che’ lo mandaron a morir aquí. Se libraron de él. Esa es la realidad: Castro se libró de él (…) porque la cúpula del Partido Comunista cubano ya no lo toleraba, por su carácter y su forma de ser impulsiva”.
El exmilitar señala, no obstante, que en su vida hizo “cosas más importantes que capturar al ‘Che’ Guevara”. Pero antes de la captura vino el soplo y con él, otro responsable: “En la madrugada del día 8 de cotubre un puesto militar que teníamos en La Higuera (…) me comunica por radio que un campesino había llegado con la información de que por la noche vio pasar al grupo guerrillero en el interior de una quebrada”, explicó, en una entrevista con la agencia DPA. Era el campesino Herrera, tal y como relata el periodista italiano Roberto Savio en su documental ‘Che Guevara: Nascita di un guerrigliero’. En 1970, el periodista pagó 5.000 pesos al campesino para que relatara cómo había sido él quien señaló la quebrada en la que se ocultaba el ‘Che’ con su columna guerrillera, herida. La misma cantidad de dinero le habría pagado el Ejército boliviano para delatar al revolucionario. “Yo no estoy con nadie. No soy comunista ni anticomunista. Yo hago lo que me mandan”, cuenta el campesino al periodista.
¿Quién dio la orden?
Pero si bien hubo un delator, un captor y un ejecutor, ¿pero hubo alguien más que diera una orden directa? Muchos dedos señalan a Félix Rodríguez Mendigutía, nacido en La Habana, anticastrista y exagente de la CIA. La agencia estadounidense lo reclutó siete años de la ejecución del revolucionario, con el objetivo de sumarse a las operaciones que buscaban derrocar a Fidel Castro. Rodríguez Mendigutía tenía 26 años cuando trabajaba para la CIA, y pudo viajar a Bolivia a dirigir la operación porque por aquel entonces no ostentaba la ciudadanía estadounidense.
“Había una prohibición que impedía a ciudadanos estadounidenses participar en operaciones en zonas de peligro o de combate, y como nosotros no éramos más que residentes sí podíamos participar”, explicó en una entrevista concedida en 2011 al periodista Horacio Cambeiro. Un oficial de la CIA entrevistó a 16 cubanos y de todos escogió a dos. “Yo fui uno de ellos”. ¿Por qué? Lo cierto es que había formado parte de diferentes operaciones anticomunistas. Pero Félix Rodríguez Mendigutía asegura que ni él ni la CIA dieron la orden de ejecutar al ‘Che’.
“Tuvimos unos entrenamientos en Washington”, asegura, y allí se dijo que “era de interés supremo mantener al ‘Che’ Guevara vivo. Ellos sabían que normalmente a los bolivianos no les gustaba mantener prisioneros”, añade. El propio Ernesto era de la misma opinión. Sin embargo, desde su captura hasta su asesinato no pasó prácticamente tiempo; el ‘Che’ nunca llegó a convertirse en un prisionero.
¿Quién dio la orden? Rodríguez Mendigutía responde tajante: “El Gobierno boliviano”. Este abierto anticastrista señala a Fidel Castro como el responsable real de la muerte del argentino. “La mayor parte de su fracaso (del del ‘Che’ Guevara) fue precisamente propiciada por Fidel Castro. (El ‘Che’) no cabía en Cuba, era simpatizante de Mao Tse Tung y Cuba dependía de la URSS. Lo han pintado como un héroe, como un paladín de los pobres, pero era una persona extremadamente cruel. Tenía una obsesión por saber qué se sentía cuando se mataba a un ser humano”. Así dibuja Rodríguez Mendigutía al ‘Che’.
Eduardo Galeano relata la muerte del Che Guevara
Diecisiete hombres caminan hacia la aniquilación. El cardenal Maurer llega a Bolivia desde Roma. Trae las bendiciones del Papa y la noticia de que Dios apoya decididamente al general Barrientos contra las guerrillas.
Mientras tanto, acosados por el hambre, abrumados por la geografía, los guerrilleros dan vueltas por los matorrales del río Ñancahuazú. Pocos campesinos hay en estas inmensas soledades; y ni uno, ni uno solo, se ha incorporado a la pequeña tropa del Che Guevara. Sus fuerzas van disminuyendo de emboscada en emboscada.
El Che no flaquea, no se deja flaquear, aunque siente que su propio cuerpo es una piedra entre las piedras, pesada piedra que él arrastra avanzando a la cabeza de todos; y tampoco se deja tentar por la idea de salvar al grupo abandonando a los heridos.
Por orden del Che, caminan todos al ritmo de los que menos pueden: juntos serán todos salvados o perdidos. Mil ochocientos soldados, dirigidos por los rangers norteamericanos, les pisan la sombra. El cerco se estrecha más y más. Por fin delatan la ubicación exacta un par de campesinos soplones y los radares electrónicos de la National Security Agency, de los Estados Unidos. La metralla le rompe las piernas.
Sentado, sigue peleando, hasta que le vuelan el fusil de las manos. Los soldados disputan a manotazos el reloj, la cantimplora, el cinturón, la pipa. Varios oficiales lo interrogan, uno tras otro. El Che calla y mana sangre. El contralmirante Ugarteche, osado lobo de tierra, jefe de la Marina de un país sin mar, lo insulta y lo amenaza.
El Che le escupe la cara. Desde La Paz, llega la orden de liquidar al prisionero. Una ráfaga lo acribilla. El Che muere de bala, muere a traición, poco antes de cumplir cuarenta años, exactamente a la misma edad a la que murieron, también de bala, también a traición, Zapata y Sandino.
En el pueblito de Higueras, el general Barrientos exhibe su trofeo a los periodistas. El Che yace sobre una pileta de lavar ropa. Después de las balas, lo acribillan los flashes. Esta última cara tiene ojos que acusan y una sonrisa melancólica. Creía que hay que defenderse de las trampas de la codicia, sin bajar jamás la guardia.
Cuando era presidente del Banco Nacional de Cuba, firmaba Che los billetes, para burlarse del dinero. Por amor a la gente, despreciaba las cosas. Enfermo está el mundo, creía, donde tener y ser significan lo mismo. No guardó nunca nada para sí, ni pidió nada nunca. Vivir es darse, creía; y se dio.
AM.MX/fm
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