Por Mónica Herranz*
Ya había estado ahí hacía un par de años, todo sucedió de manera tan rápida. Un aviso y el paso a la acción, no dio tiempo casi de nada. Poner una maleta con lo necesario -tenía una lista de lo que podía y no llevar, así que no fue complicado-, un par de libros, lentes, una frazada y poco más. Una mirada atrás y un pinchazo en el estómago justo al salir de casa.
Llegamos al lugar que apodé como la bodega, quizá porque así me sentía, como un paquete que se va a dejar guardado en algún lado. Mi disposición no era mucha, pero aun así trataba de entender o comprender o al menos considerar los beneficios que podría tener estar ahí.
Me mostraron las instalaciones y mi habitación, me ayudaron a acomodar mis cosas y me explicaron las normas del lugar; a todo asentí. De parte de ellos todo eran plácemes, no así para mí. Llegó la noche y tuve que ir a dormir y no, no a la hora que yo acostumbraba, sino a la hora que ellos dijeron. En esta actitud obligadamente colaborativa, me fui a acostar y por aburrimiento dormí.
De todas las personas que habían conversado conmigo y que de buena fe habían tratado de hacerme ver los aspectos favorables de estar en la bodega, nadie me explicó el desconcierto que habría de sentir a mitad de la noche, cuando al abrir los ojos viera el techo blanco de esa habitación, con ese aplanado tan perfecto, sin las vigas y sin la pintura ya medio descarapelada de mi habitación. De nuevo una punzada en el estómago, ¡esta no es mi casa!, ¡esta no es mi recámara!
Dos semanas, que me parecieron toda una vida, son las que toleré estar en ese lugar, y es que por más que me empeñé, no logré adaptarme. La realidad que ese espacio me devolvía era casi insoportable.
Felizmente, quienes ahí me habían llevado, decidieron que podía regresar a casa y nada pudo hacerme más feliz, pero de una forma u otra no volví a ser el mismo.
Hace tres años ya de eso y hoy, desafortunadamente me encuentro más o menos en la misma situación aunque por motivos distintos. La primera vez fue como por una especie de pánico familiar, ¿qué vamos a hacer con él?, ¡rápido!, ¡rápido!, hay que buscar una solución y así llegué a la bodega, pero en esta ocasión es diferente. En esta ocasión ha entrado un ladrón a casa, no me ha lastimado, se ha llevado algo de dinero y ha dejado todo revuelto, además claro de dejarme un buen susto.
Y con todo esto, la puerta que se abrió, no sólo fue la que forzó el ladrón para entrar a mi casa, sino la de la posibilidad de volver a la bodega.
Entiendo que mis familiares estén preocupados y que consideren que estaré mejor allá, pero la idea…la idea…¡¿cómo explico lo que me provoca la idea?!.
Si hasta ahora no ha imaginado de que estoy hablando, lo voy a plantear con todas sus letras ASILO. Soy Horacio, tengo noventa y un años, tengo enfermedades propias de mi edad como artritis, reumatismo, dolores generalizados, y algunas calamidades más; sin embargo, estoy perfectamente bien de la cabeza, aun con mi edad sigo siendo un hombre lúcido y medianamente capaz. Vivo solo y aunque una parte de mí considera que sí sería prudente ir a vivir a un asilo, otra parte de mí, siente que ir allá no sería más que adelantar mi muerte.
El hombre que entró recientemente a robar a casa cree que se ha llevado algo de dinero, mi reloj y mi cartera, aunque yo considero que se ha llevado algo más, ese hombre, sin saberlo, me está robando la libertad.
Sin duda alguna, ser un adulto mayor y enfrentar la posibilidad de ir a vivir a un asilo o ser pariente de un adulto mayor y tener que tomar esa decisión, no es asunto fácil. Hay muchas consideraciones que tomar y habrán de evaluarse en cada caso particular.
A continuación se plantean algunos de los aspectos favorables y desfavorables de las casas de retiro:
Pros:
Los adultos mayores tienen constante supervisión y reciben atención especializada, ya que habitualmente hay médicos y enfermeras o cuidadores las 24 horas, siete días a la semana.
La alimentación es balanceada y está planificada por un dietista o nutriólogo, responsables de garantizar una buena dieta.
Las instalaciones suelen estar adaptadas para distintos niveles de dependencia o necesidades del adulto mayor.
Los residentes están permanentemente acompañados y supervisados, además de contar con la compañía de otros residentes con quienes pueden conversar y compartir el tiempo y el ocio.
La estancia puede ser temporal y es posible volver a casa si el anciano así lo desea y si se encuentra en condiciones de hacerlo.
Suelen contar con un programa de actividades ocupacionales y culturales para que los residentes se mantengan activos.
Idealmente se trata de que los adultos mayores mantengan el máximo grado de autonomía posible.
Contras:
No siempre es posible encontrar un lugar adecuado y cerca de los familiares para favorecer la frecuencia de las visitas.
El impacto emocional que tiene para el adulto mayor ser llevado a un asilo puede llevarlo a estados de depresión que afecten su salud y su bienestar.
Como verán, aparentemente hay muchos más pros que contras, sin embargo, el segundo contra puede tener más valor que muchos pros juntos.
La disyuntiva siempre será si lo apropiado es cuidar a un adulto mayor en casa o llevarlo a un asilo. Para evaluar la situación y analizar pros y contras de forma individual, puesto que, como se mencionaba anteriormente, cada caso es distinto y particular, se puede solicitar apoyo a los especialistas en la materia que son los gerontólogos y los geriatras.
Gerontología se refiere al estudio científico de los procesos y problemas del envejecimiento desde todos los aspectos: biológico, clínico, psicológico, sociológico, legal, económico y político y la geriatría forma parte de la gerontología y es una especialización dentro de las ciencias médicas encargadas del diagnóstico, tratamiento y prevención de problemas mediáticos asociados con el envejecimiento.
Tres tips más: Siempre que la situación lo permita:
Dialogue con el adulto mayor, explíquele su postura respecto de querer que esté en un asilo, que comprenda las razones y los motivos.
Escuche lo que siente y piensa el adulto mayor al respecto. Que una persona sea vieja no implica que no tenga voz y voto para decidir que quiere hacer con su vida o en dónde quiere terminarla.
Si la decisión de ir al asilo procede, permita que sea un proceso. El adulto mayor necesitará despedirse de objetos, personas, mascotas, recuerdos, cierto nivel de independencia y algunas cosas más.
Y un comentario final, un elemento importantísimo a la hora de hacer frente a la posibilidad de ir a un asilo, tanto para el anciano como para la familia, para bien o para mal, es el factor economía. Muchos adultos mayores quisieran un retiro digno y más, sin embargo, la economía no siempre lo permite y eso se debe a que no previeron la vejez. No podemos tener la certeza de si llegaremos a viejos o no, pero sí podemos prever, para en caso de que lleguemos, poder tener la vejez que queramos tener.
* Mónica Herranz
Piscología clínica / Psicoanálisis
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