CIUDAD DE MÉXICO, 20 de abril (AlMomentoMX).- Como un reflejo de personalidad, el poeta mexicano, Homero Aridjis ha aprovechado una vez más su vocación poética y literaria para contar en un libro inclasificable algo que nos hable sobre el amor, el misticismo, la literatura antigua y la moderna, la creencia de un Dios o los dioses, la Edad Media, Mesoamérica, la Biblia, sexo, muerte, esoterismo y hasta zombies.
Llena de vitalidad, nostalgia, amor y recuerdos, esta obra es una autobiografía de un poeta michoacano, novelista y diplomático que con varios años de lecturas y dedicación a la escritura ha plasmado su conocimiento comprometidamente en obras que envuelven la modernidad de este mundo mediante un acto de fe en sus creencias y valores humanos.
Es a través de anécdotas, poemas propios, reflexiones temáticas y referencias literarias que este escritor relata para sus lectores un mundo personal e íntimo donde el Dragón no sólo es una criatura mística sino una “serpiente de muchos años, que con la edad ha venido a crecer desaforadamente; y algunos dicen que a los tales les nacen alas y pies en la forma que los pintan”.
Los lectores de Homero van a encontrarse con antecedentes aztecas y mayas que se enfrentan con un pasado clásico y bíblico que se sumerge en una profunda reflexión sobre el destino inmediato de la naturaleza y la humanidad.
Fragmentos del Testamento del Dragón:
Yo me he creado a mí mismo, yo me he constituido según mi deseo…”. El Sol surgió del magma líquido por su propia voluntad, en una fuente luminosa: “Yo soy el Eterno, yo soy Re que ha salido de Nouou… Yo soy el dueño de la luz”. Por eso he pensado que el acto de convertirse la palabra en luz tomó milenios; quizás, eones, y que el proceso fue como un largo amanecer en el espacio, un alumbramiento de la oscuridad, un nacimiento del Ser en el vientre cósmico. Así comenzó la poesía del Ser.
¿De dónde salió Dios?, preguntaba el peluquero de mi pueblo al maestro de escuela, y éste no podía contestar. Hasta que años después, haciéndome yo mismo esa pregunta, una voz dentro de mí, contestó: “Dios salió de las profundidades de Sí Mismo, del Uno que se gestó en su Yo, del Alma que se animó en espacios interiores durante milenios de inmensa soledad y de eones de profundo silencio”.
El juego del ajedrez puede inducir a la locura. Arreola sufría de insomnio y de migrañas estudiando variantes. Como en el problema de ajedrez en Alicia a través del espejo, donde en el tablero trastocado aparecen tres reinas, en una lógica ilógica fantaseada por Lewis Carroll, los problemas planteados en los manuales de ajedrez lo dejaban abatido en el laberinto de las posibilidades; pues en el juego de nunca acabar la partida podía reiniciarse mañana, encontrándose de nuevo los adversarios en el juego disputado ayer.
Había un patio cuadrado en el edificio donde él vivía en los años cincuenta, y lo pintó con cuadros negros y blancos para jugar ajedrez con piezas humanas. Arreola decía: “En el momento en que las negras y las blancas están en su lugar, y mi adversario juega cuatro peón rey, se detiene el mundo para mí y todo el espacio del universo se contrae hasta medir ocho casillas por ocho. El tiempo deja de existir, a menos, claro, que se juegue con reloj reglamentario, y se pongan límites a los jugadores que cavilan demasiado sus movimientos. Por eso he puesto relojes en las mesas”.
Asomadas al tablero sus hijas Claudia y Fuensanta nos miraban jugar, mientras yo me sentía como el caballero en El séptimo sello, de Bergman, que juega contra la muerte una partida de ajedrez, los alfiles moviéndose en diagonal sobre un color, eludiendo el escaque que controlaba la Reina negra, la gran igualadora de jugadores y piezas.
Hay hombres que aman a una mujer en todas, y otros que aman a todas en una sola.
“¿Cómo oye a la multitud?”, le pregunté a Borges ciego en un cocktail en el Center of Interamerican Relations. “Como un monstruo de mil cabezas que habla al mismo tiempo”. “¿O como un monstruo cotidiano fascinado por su propio ruido?”. “Las dos cosas”, replicó él.
Sobre Homero Aridjis…
Hombre nacido en Contepec, Michoacán. Actualmente cuenta con una obra amplia de poesía narrativa, ensayo, dramaturgia y literatura infantil que no sólo se extiende por terrenos mexicanos pues sus creaciones han sido traducidas a quince idiomas dando como resultado reconocimientos en premios literarios como el Xavier Villaurrutia, el Diana-Novedades, el Grinzane Cavour, el Roger Caillois, la Llave de Oro de Smederevo y el Eréndira en México, Italia, Francia, Serbia y Estados Unidos.
Aún con una extensa trayectoria por el mundo de las letras, este escritor fue embajador de México en los Países Bajos, Suiza y la UNESCO y durante seis años fue presidente internacional del PEN Internacional, del cual ahora es presidente emérito, además de Fundador del Grupo de los Cien entre otros nombramientos que ha obtenido por su labor como ambientalista.
Es a través de esta trayectoria poética, literaria e intelectual que Homero Adjiris nos adentra a su pensamiento único y reflexivo de las posibilidades que tiene el ser humano de ser único en un mundo donde existen no sólo billones de personas sino incontables almas paseándose desde hace miles de años por los terrenos de la historia.
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