Por Mónica Herranz*
Aun escurriendo, con desgano y poca fuerza deslicé la tela con la que había cubierto el único espejo que tenía; un espejo de cuerpo completo. Hacía meses atrás que lo había “clausurado”, por así decirlo, con ese paño negro. Me lastimaba el reflejo de luz y sol que se esparcía por toda la habitación cuando estaba descubierto, pero sobre todo y principalmente, me hería el reflejo que de mí me devolvía.
La tela cayó al suelo y tuve que reunir valor suficiente para mirarme, para observarme, ¡cuán lejos pareciera estar de lo que fuí! y sin embargo, sigo siendo, -pensé-. Ya no soy lo mismo, pero aun soy y hoy, además de ser, además de sólo existir, hoy me bañé.
Cualquiera diría, ¡y eso ¿que?!, todos nos bañamos, todos los días, o si no todos, casi todos. Y así era yo también. Bañarme constituía sólo una actividad más en mi rutina, me despertaba, me levantaba y me bañaba. No tenía ni que pensarlo, no representaba ningún esfuerzo. Y entonces la pregunta…¿en qué momento se volvió casi una hazaña?.
No sabría decir bien a bien cuándo comenzó, pero sí sé que fue paulatino, simplemente un buen día se me vino la idea a la cabeza, -¿y si me baño un día sí y uno no?-. La idea me complació, fue como quitarme un peso de encima, – ¿qué más daba?-. Y si daba igual un día, pues daban también igual dos o tres, y mientras menos lo hacía más alivio sentía, una cosa menos con la que lidiar, ¡total!, para lo poco que salía ya, daba lo mismo.
En el trabajo me habían dado incapacidad en un inicio, pero como la cosa se prolongó, al final lo acabé perdiendo. Una pérdida más, qué más da, es sólo una más en la larga lista. A mis amigos ya no los veía, la mayoría, se cansó de hablarme e invitarme a salir. Algunos me proponían venir a casa y estar aquí, pero frente a mi habitual indiferencia también dejaron de hacerlo. Del tema pareja mejor ni hablamos y la familia…en el fondo sé que están cansados de mí, casi todos se han desesperado y han abandonado el propósito de ayudarme y el ímpetu con el que se plantearon hacerlo. Luego entonces, sin trabajo, sin amigos, sin pareja, sin motivos, sin intereses…¿cómo para qué iba yo a querer bañarme?. Claro que no lo pensaba así cuando todo esto empezó, sólo sé que dejé de hacerlo, primero un día, luego dos, luego cinco o seis o diez.
Ya no me bañaba, comía poco, habitualmente sentía una tristeza tan profunda como el más hondo y obscuro de los abismos, nada me motivaba, sentía una desgana y una apatía enormes, y nada, absolutamente nada de lo que alguna vez llegó a gustarme me proporcionaba el más mínimo placer. Mi decaimiento aumentó cada vez más y a su vez la irritabilidad. Mi mete se volvió lenta, me costaba trabajo hasta pensar y mi cuerpo…a él le costaba trabajo moverse, reaccionar. Entonces empecé a dormir y dormir cada vez más. Al principio sentía culpa por tanto dormir, después hasta eso dejé de sentir.
Y mientras todo esto sucedía, había una sola cosa que iba creciendo en mí; era un sentimiento que ya había experimentado, que había anidado en mi interior y que no tenía intenciones de abandonarme como lo habían hecho todos y todo lo demás. Ese sentimiento sí lo podía sentir y lo sentía con intensidad. Era la desesperanza, esa cosa cruel que te hace pensar que ya nada vale la pena porque nada ni nadie en este mundo podrá cambiar ni lo que te ha pasado, ni lo que te pasa, ni lo que te pasará, es esa cosa terrible que te hace sentir que no tienes remedio, es esa cosa espeluznante que te hace pensar que la vida ya no vale la pena, y que la mejor de tus suertes sería la muerte, y no una muerte fortuita o accidental, sino la muerte por mano propia, a voluntad.
Y parece que así fue como llegué a este estado en el que bañarme se ha convertido en una hazaña, y es que ésta que pudiera parecer una actividad tan simple, en realidad requiere de un gran esfuerzo. Hay que encontrar primero la energía suficiente para levantarse de la cama, una cama que pareciera querer abrazarme y no dejarme ir. Luego hay que llegar hasta el baño, y más que quitarse la ropa, hay que desprenderse de ella, es como arrancarla de sí, es doloroso. Después hay que abrir las llaves del agua, mezclar la fría y la caliente hasta encontrar un punto aceptable y entonces hay que dar un paso hacia la regadera, cada paso duele, que el agua tan si quiera salpique un pie duele, dar el segundo paso duele, estar en medio del chorro del agua, dejar que te empape, que recorra todo tu cuerpo, duele. Mantenerte ahí, poner shampoo, enjuagar, poner jabón en una esponja, tallar el cuerpo, enjuagar de nuevo, hacer todo esto y no cejar en el intento, no salir de la regadera a mitad del baño, no sentarse y abrazar las piernas con los brazos, no tenderse a llorar en el suelo de la regadera, duele.
Por eso hoy, y tal vez ahora me entiendan, ha sido un día, no sé si especial, pero sí diferente, porque hoy me bañé, y con eso ha sido suficiente. Quizá, tal vez, otro día, me peine.
Sin duda la depresión es una cuestión de desencanto, y es por ello que es importante distinguirla de la tristeza, ya que muchas veces se toman por sinónimos cuando en realidad no lo son. La tristeza tiene que ver con un sentimiento pasajero de desánimo o desgana, y la depresión más que tener que ver con un sentimiento pasajero, tiene que ver con todo un conjunto de síntomas que se presentan de manera sostenida y prolongada, y qué dependiendo de su duración e intensidad, harán que pueda ser clasificada como leve, moderada o crónica. Esto en términos coloquiales.
El relato anterior describe una situación de depresión mayor, también conocida como crónica, cuyos síntomas más comunes son:
Estado de ánimo depresivo la mayor parte del día.
Pérdida o abandono de interés en las actividades que antes eran gratificantes.
Pérdida o aumento de peso.
Insomnio o hipersomnia.
Bajo autoconcepto o pérdida de autoestima.
Problemas de concentración y problemas o incapacidad para tomar decisiones.
Sentimientos de culpabilidad.
Fatiga o pérdida de energía.
Agitación o retraso psicomotor constante.
Ideación suicida.
Más allá del ejemplo del relato, hay que mencionar que cualquier depresión es tratable y que las opciones de tratamiento podrán variar dependiendo de la gravedad de los síntomas, yendo desde el tratamiento psicoterapéutico hasta el farmacológico en caso necesario. Y ¡ojo! de la depresión no se sale echándole ganas, si alguien con depresión pudiera echarle ganas, no estaría deprimido.
Si sospechas que tienes depresión o que alguien cercano a ti la tiene y de alguna forma te afecta o estás involucrado, el apoyo óptimo lo podrás encontrar tanto en instituciones como con profesionistas dedicados a la salud mental. Soluciones hay, sólo asegúrate de que la o las personas de quienes recibas apoyo sean profesionales acreditados para ejercer.
Mónica Herranz
Psicología clínica / Psicoanális
https://www.facebook.com/psiherranz
psiherranz@hotmail.com
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abril 13, 2018
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DE ENCANTOS Y DESENCANTOS: ¿Tristeza o depresión?
Por Vocero
Por Mónica Herranz* Aun escurriendo, con desgano y poca fuerza deslicé la tela con la que había cubierto el único espejo que tenía; un espejo de cuerpo completo. Hacía meses atrás que lo había “clausurado”, por así decirlo, con ese paño negro. Me lastimaba el reflejo de luz y sol que se esparcía por toda... Más [+]...