Por Ramón Ojeda Mestre
El mar empieza donde lo ves por primera vez, decía una barda que hace unos años apareció, muy bien pintada, en Paseo de la Reforma y le atribuía ese bello renglón al bardo Carlos Pellicer. Hoy, sin embargo, me atrevo a confirmar que es José Emilio Pacheco, otro inmenso poeta, quien escribió, en Mar eterno: Digamos que no tiene comienzo el mar. Empieza donde lo hallas por vez primera, y te sale al encuentro por todas partes. Esos versos y otro de Borges nos acosan, nos acusan, nos acucian, cuando nos damos cuenta, día tras día, con tristeza, cómo México le ha dado la espalda al mar.
Hemos descuidado sus diez mil kilómetros de litorales. Siete mil en el Pacífico y Golfo de California y tres mil en el Golfo de México y Caribe, sus playas evidencian cada vez más y más basura y desorden, sus dunas descuidadas y agraviadas. No hay un espacio de diez kilómetros en que no se deje ver una descarga descarada de drenajes de municipios o de hoteles y propiedades particulares y que convierten a ese mar sagrado en cloaca o fosa séptica y ello se nota en el verdor de las rocas del mar o en sus marismas y manglares que se asfixian, los científicos le llaman con la críptica palabra de eutroficación.
¿Por qué odiamos el mar si lo amamos? ¿Por qué lo descuidamos y lo ensuciamos tanto si lo admiramos? ¿Por qué si nos sirve tanto le lastimamos con tanta basura? Ya hemos visto como se ha llenado de plásticos en inmensas islas flotantes, y en cuanto nos tiramos con un visor a sus acariciantes aguas lo primero que vemos en el lecho marino son latas y todo tipo de residuos como si estuviera castigado por haber sido tan generoso.
Algunos han dicho que odiamos al mar porque por allí, llegaron los conquistadores europeos. Otros afirman que es miedo lo que le tenemos porque nunca hemos sido capaces de ser grandes navegantes como los griegos, los vikingos o los asiáticos, pero creo que más que temor o animadversión lo que nos apabulla es la ignorancia. La verdad, no nos fue ni nos es enseñado el mar como se debe, ni en las escuelas ni en nuestros hogares.
Le digo una cosa: aquí entre nos, al fin que nadie me lee aparte de usted, el 73 por ciento de los niños de las entidades costeras, no sabe nadar. Sí, más de 7 de cada diez niños de Michoacán, Campeche, Tabasco, Veracruz, Yucatán, Tamaulipas, Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Colima, Jalisco, Nayarit, Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur o Quintana Roo, no sabe nadar. ¿Y Sabe por qué? Porque sus padres tampoco. Así cómo van a querer el mar si no pueden remar, esnorkelear, esquiar, bucear, surfear, velar o lo que sea.
Es increíble que a estas alturas y pese a los esfuerzos que se han hecho, no contemos con un inventario confiable del patrimonio insular de México, no sabemos cuántas islas tenemos no como se llaman ni qué tienen o de quién son. No nos enseñan que tenemos casi tres millones de kilómetros cuadrados de superficie marina como parte de México. Más de lo que tenemos de superficie terrestre lo tenemos de Mar Patrimonial y de Zona Económica Exclusiva. No sabemos distinguir entre un huachinango y un pargo o entre una cabrilla y un robalo. Amemos al mar. Podemos empezar leyendo El Viejo y el mar de Ernest Hemingway o Por el mar de Cortés de John Steinbeck. Premios Nobel de Literatura ambos. Los invito.
* Doctor en derecho ambiental y consultor de la ONU en la materia | rojedamestre@yahoo.com