CIUDAD DE MÉXICO, 12 de marzo (AlmomentoMX).- Penguin Random House, Grupo Editorial lanza al mercado la nueva obra de Jorge Alberto Gudiño Hernández, “Siete son tus razones”.
Después de que Cipriano Zuzunaga, en Tus dos muertos, capturó, él solito a los secuestradores del hijo bastardo del diputado Manrique, el procurador lo premia, además de perdonarle su cuota de extorciones y mordidas, con otro caso: encontrar al asesino de un importante empresario.
Ha pasado un mes desde que Zuzunaga resolvió el secuestro de Juan Perea y Cherry, su novia, ahora H y H, sobrinos del empresario asesinado, lo contratan, casi como investigador privado, para resolver el caso de su tío. Todo indica que Néstor Quiñones, un carnicero narcotraficante, es el asesino, aunque al parecer, ya estaba muerto cuando ocurrió el atentado.
En Siete son tus razones, Gudiño Hernández nos presenta a un Cipriano Zuzunaga de carne y hueso, que se enfrenta a sus propios demonios, lleno de dudas, resentimientos y temores, aquel excomandante de policía que, en Tus dos muertos, se enfrentó a criminales sin escrúpulos, que arriesgó la vida por un amigo o una prostituta, en Siete son tus razones le teme más al juicio de Leslie, su hija, radicada en Estados Unidos; a enfrentar el recuerdo de Sonia, su ex mujer; a la mirada de Nat, una adolescente que tiene viviendo en su casa, madre de una bebé y mujer de quien asesinó a su antigua amante; que a la cólera del procurador o a la persecución de sus enemigos.
Cipriano Zuzunaga es un viejo zorro, el procurador y el jefe Alvariño lo saben, por eso le encomiendan un caso difícil, encontrar a un asesino que ya murió. Pero, ¿cómo pudo matar al empresario si ya estaba muerto? Zuzunaga se encuentra con un regadero de evidencias mal sembradas, con la desaparición del cuerpo de Néstor Quiñones. “¿Por qué me mandaron a buscar algo que no quieren que encuentre?”, se pregunta. ¿Será que sus jefes quieren deshacerse de él? Ya lo intentaron con el caso del diputado Manrique, pero no contaban con que Zuzunaga resolvería el secuestro.
En Siete son tus razones, Jorge Alberto Gudiño nos entrega la segunda parte de una saga que atrapa al lector desde la primera página. Con voz potente y narración en segunda persona que no da pie a ambigüedades, Gudiño hace un mapa criminal de nuestra sociedad: el narco, “descabezados, amputados, cocinados en tambos repletos de diésel. Cuerpos desmadejados, consumidos por las tarascadas de los perros”. Un mundo perverso que Zuzunaga tratará de humanizar sin notar que hay una trampa al final del camino.
Zuzunaga, a punto de descubrir la traición al pie de la cama donde la muerte reposa, la de Sonia, su ex mujer. Enumerará las siete razones que lo mantienen con vida, lista de la que él se excluye, “uno no pude ser razón de sí mismo”, reflexiona.
Siete son tus razones de Jorge Alberto Gudiño Hernández, más que una novela negra, es un thriller psicológico de Cipriano Zuzunaga, un antihéroe que nos revela la realidad del mundo que habitamos.
FRAGMENTOS
“Te despierta un repiqueteo. Más intenso que los anteriores: agazapados tras la bruma del sueño. No es tu celular. Es el nuevo. De ahí que los pitidos re vienten la modorra. Tardas en tomarlo. La pantalla es cristal luminoso lacerando tus ojos. No hay más ruidos. Tampoco penumbra. Si acaso la mañana aguardando a tu prestancia.
Tardas más. En incorporarte. En beber agua del grifo. En constatar que Nat y la Niña no están. En calentar un café horrible. Tardas, pero recuperas esos extractos de humanidad sepultados por la cruda. No es tan grave. Los has tenido peores. Dos aspirinas. Un buche de café. Ojalá hubiera Coca Cola.
Tardas porque entras al baño. El vapor en las paredes te cuenta cosas mientras cagas. Hace un buen rato que no estás a solas en casa. Abres la re gadera. Te bañas. Pausado. Desprendiéndote de la noche. Tardas. Te afeitas bajo la ducha. Sin espuma ni jabón. Así lo has hecho toda tu vida. Crees escuchar la siega de tu barba. Es un recuerdo que siempre se activa al rasurarte. Un recuerdo de juventud. De cuando te rasurabas sin agua. Tardas.
Regresas a la sala. Al teléfono que ha vuelto a pitar. Tres, cinco, ocho veces.
A los patrones les gusta que conteste rápido. Un mensaje de texto. Lo firma Hugo”.
“Su padre le enseñó el oficio. Te cuenta. Aquí mismo. Vivían en la casucha del fondo. Ahora es suya. El orgullo tiñe su voz. Su padre murió hace algunos años. Él lo enterró. Del lado de allá. Señala hacia el centro comercial. Vació una tumba. Ahora le llevan flores cada tanto. Familiares que no son los suyos. No. Él no tiene hijos. Nadie a quien enseñar el oficio. A fumar sobre una lápida. Poco importa. El panteón está repleto. Ya no se puede enterrar a nadie. Hay que esperar a que las visitas dejen de venir. De seguro luego harán otro edificio. Aquí encima.
Suelta una bocanada espesa.
Lo malo es que estos muertos no espantan. Sonríe melancólico. Con conocimiento de causa. De seguro platica con ellos en las noches. En otras. No en ésta. Más solitarias.
Se levanta para ponerse la camisa. Terminas tu cigarro pensando. En el edificio. En el cuerpo que se cubre. En el cementerio repleto. En la lápida sobre la que te recargas. Te quemas los dedos.
Hugo regresa. Acompañado.
Ábrela. Ordena Hetero a manera de saludo. Sus semblantes envejecen en la oscuridad.
El sepulturero toma una palanca de metal. La encaja con un crujido seco. Hasta ahora descubres que los ataúdes están clavados. Te parece evidente. Un proceso fuera de la vista de los deudos. Así se evita que el muerto ruede ante la acometida desesperada de algún familiar.
La caja se abre un par de centímetros. H y H dan un paso atrás, integrándose a la penumbra. A un lado del féretro. Tú no te mueves. En el flanco contrario. Preparando tus pulmones para la vaha rada mortuoria. Hugo observa el cambio de herramienta. Parece aprobarla. El azadón sirve bien para ampliar el rango de la palanca. Fulcro exitoso. Destapa la caja con un chasquido como de refresco de otra época. De cerveza.
El sepulturero acomoda los dedos donde no hay clavos. Su cuerpo entero hace el envión. La tapa cae a un costado. Casi vertical.
No hay muerto ni tufo. Bastan unos segundos para constatarlo. Sacos de arena. Pequeños. La muerte ha escapado de su propio ritual”.
“Leslie bien podría quedar huérfana. De padre. De madre. Los dos al mismo tiempo. Disipas al pesimismo. No morirás. Tampoco es tan grave. Ella los necesita poco. Intentas convocar la imagen de tu hija. Adulta. Viviendo lejos. A salvo de colonias como El Abedul. El Fresno. De tipos como Quiñones. El Matape. Comienzas a confundirte. Néstor Quiñones bien podría terminar con Leslie. O Alvariño. Arcángel. Apenas es una niña. Indefensa. Leslie. No podría sobrevivir a sus padres muertos. No hay familiares que la acojan. La asistencia social es un infierno. Falso. Sobrevivir es sencillo. Tantos lo hacen. Caería en manos de Homo y Hetero. Sus perversiones sexuales incluyen a niñas de ocho años. De doce. Cuando mucho. Así cobrarán réditos por lo que te pagaron. La utilizarán para luego venderla. Comerciar con ella. Las imágenes se suceden. Ese vestidito coqueto talla seis ahora es una provocación. También su sonrisa. Matape se masturba frente a ella. Su mano se aleja de ti. Se escapa.
Son tus demonios llevándote al límite. Rescatándote. La bocanada rompe con la realidad. Corpúsculos brillantes revolotean a tu alrededor. Estás vivo. También Leslie. Incluso Sonia. Tu hija protegida por su circunstancia y su edad.
La conciencia llega lento. Como un bálsamo. No consigues recordar la pregunta anterior a la caída. El alivio propio de los insumisos”.
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. En 2010 publicó Los trenes nunca van hacia el este. En 2011, con su novela Con amor, tu hija, obtuvo el Premio Lipp de Novela, entregado por primera vez en México y de gran tradición en Francia. En 2014 publicó Instrucciones para mudar un pueblo; en 2015, Justo después del miedo y en 2016, Tus dos muertos, primera entrega de la serie policiaca del comandante Zuzunaga. Desde 2004 conduce La Tertulia, en Radio Red, una revista radiofónica dedicada a la literatura. También es colaborador de diversos medios impresos y digitales. Dedica buena parte de su tiempo a la docencia universitaria. Se le puede leer todos los sábados en SinEmbargo.mx
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